A veces las circunstancias no nos permiten subir a un barco o un avión y trasladarnos a un lugar diferente para descubrir o revivir cómo transcurre el tiempo en otro lugar, cómo huele, qué gente lo transita, cuáles son sus pasos, sus voces, sus risas, sus colores. Pero nada puede impedirnos recordar ni imaginar cómo será, ni crear historias con las que disfrutar del mismo modo que lo haríamos si estuviéramos pisando tierra firme en cualquier parte del mundo.
Viajar es vivir otras vidas. Escribir es inventarlas. Y todo lo que imaginamos cobra vida si creemos en ello. Por eso la literatura es tan necesaria, porque la imaginación no solo puede ser tan real como la vida palpable, sino mejorarla, e incluso salvarnos de ella.
Ahora que vivimos días de puertas adentro, es un momento idóneo para que nuestra mente vuele tan lejos como queramos, para confirmar que todo es relativo y que, más allá de las paredes, de los rostros cercanos y del paisaje conocido, está el mundo entero a nuestro alcance.
Que este encierro obligado no nos limite el vuelo.
El mejor viaje está dentro de nosotros.