
La nieve tiene algo de espiritual, de transformación, de purificación. Todo se detiene cuando los copos comienzan a caer. Se apaga el ruido del mundo, la suciedad se desvanece y el blanco se convierte en el color inevitable de nuestras voces. Es el milagro de la nieve, maravillosa obra de arte que consigue hacernos vibrar, que transforma y mejora el mundo en cuanto roza su piel, aún sin intención ni propósito, sin necesidad de discurso alguno tras ella. La nieve. Pura, discreta, silenciosa, efímera. Cambiante y libre, como el desierto, como las nubes, como el mar. Perfecta.